Me dejaste caer con la delicadeza de un tornado sureño, en las garras del océano.
Me sostuviste durante unas milésimas de eso que llamamos tiempo.
Y fue suficiente para que ya no quisiera otro páramo en el que dejar mis huellas.
Con la crueldad que te da tu naturaleza enorme y mágica, me soltaste.
Con la inocencia perturbadora de un niño que juega, inconsciente de su poder.
Y en él me muevo y soy, a oscuras, entre sueños deshilachados y muertos.
Contando las estrellas que faltan para llegar a alguna orilla de arenas tibias...
Donde seguramente siempre me estuve esperando